Shyama Charam Lahiri no gustaba de ser fotografiado. Un día sus discípulos más cercanos le pidieron repetidas veces que se dejase fotografiar, hasta que finalmente accedió. Cuando llegó el fotógrafo, el Maestro le formuló varias preguntas. El fotógrafo se sentía profundamente honrado y le explicó las bases de la fotografía.

sri-chinmoy-mirando.jpgLlegado el momento de tomar la imagen del Maestro, el fotógrafo no era capaz de verlo en el visor. Apuntaba la cámara hacia el Maestro, pero no veía nada. Cuando enfocaba a los demás, los veía perfectamente, sin embargo, al enfocar a Lahiri, no había nada visible.

Finalmente el frustrado fotógrafo dijo al Maestro: “Esto es imposible. No puedo tomar tu foto”.

El Maestro sonrió y dijo: “Está bien, me portaré bien. Ahora puedes tomarla”. En esta ocasión Lahiri fue perfectamente visible y se pudo tomar la foto. Luego Lahiri le dijo: “El poder espiritual aventaja con mucho a la ciencia moderna. Ten fe en lo Verdadero, que es la espiritualidad”.

 

Comentario:

Algunos Maestros espirituales no gustan de ser fotografiados. Sienten que, puesto que el cuerpo es transitorio, no debemos prestarle tanta atención. Otros Maestros opinan que una fotografía no es sólo un mero objeto, sino que puede inspirar fuerza, elevación e iluminación. Estos Maestros ven la más grande realidad primero en el cuerpo y luego transforman el cuerpo en la universal y trascendental misión del alma. Según ellos, una fotografía no es un simple trozo de papel que refleja su rostro o su apariencia exterior, sino una revelación de su ser interno.

Unos piensan que los logros del mundo y el propio mundo carecen de valor pues son irreales, por ello, al abandonar su vida terrena no desean dejar nada tras de sí. Sin embargo, quienes consideran al mundo como la manifestación de Dios se esfuerzan en dejar tras de sí una vida de transformaciones que revele su alma inmortal. Ambas partes tienen razón y enfocan la realidad según la profundidad de su propia realización.

– Sri Chinmoy

El Jardín del Alma“. Editorial Sirio. 1997.